martes, 10 de enero de 2012

¡Seamos libres!

Corrían los primeros días del nacimiento de Israel, cuando el pueblo escogido de Dios cayó bajo manos egipcias. Este pueblo al principio parecía ser un pueblo que les daría pan, casa, cama...
¡Qué equivocados estaban! Tras la muerte de José cayeron en una esclavitud que cada día era peor, de la que no veían salida, hasta que pasaron 400 años. Tras ese tiempo nacía un niño al que llamarían Moisés y que, con la firme mano de Dios, liberaría a su pueblo...
Todos conocemos la historia narrada en el Éxodo. Lo que no sabemos muchas veces es aplicarla a nuestras propias vidas.
El pecado, como la esclavitud, empieza siempre atrayéndonos con algo que nos gusta, algo muy llamativo. Si no sabemos rechazarlo, ya hemos caído en sus garras. Los israelitas cayeron en esas garras de la esclavitud. Y por mucho que intentaran escapar, no iban a poder hacerlo... hasta que llegó Dios. En su infinita misericordia, el Dios de Israel, Yo soy el que soy, mediante Moisés (el instrumento que Dios utilizó, como siempre utiliza a sus siervos) liberó al pueblo. Por lo tanto, debemos saber que no debemos pecar, no hay excusas para hacerlo. Sin embargo, si pecásemos, tenemos a Dios para sacarnos de ese pozo. Por nosotros no podemos. Nosotros mismos no sabemos salir de ese pecado, grande o pequeño; con Dios, cuesta trabajo, sin Él, es imposible.
Pero Moisés dijo al pueblo: No temáis; estad firmes y ved la salvación que el SEÑOR hará en vosotros; por que los egipcios a quienes habéis visto hoy, no los volveréis a ver jamás.
Éxodo 14:13

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